5 feb 2013

LA INSPECCIÓN OCULAR EN EL CASO FERREYRA









En el caso estamos trabajando en los alegatos. Por eso es posible que me quede escribiendo o editando hasta las 6 de la mañana, como hice el domingo a la noche, es decir, el lunes a la madrugada. En mi sueño sentía un ruido insoportable, un "ring" de esos de los teléfonos que se marcaban con el disco con los números. Lentamente advertí que no era un sueño, que sonaba mi celular en el bolsillo de mi pantalón (tirado en el suelo junto a la cama).

Era Maxi Medina, preguntándome si ya estaba llegando al CELS...

—No —dije— voy directo hasta Pedro de Luján.

Era lunes 4 de febrero de 2013, había inspección ocular en el lugar de los hechos donde los ferroviarios de Pedraza habían disparado a los manifestantes y tercerizados hasta producir la muerte del joven Mariano Ferreyra.

Salgo a las apuradas de casa, muy cómodo con mi pantalón clarito y mi remera lisa color yema de huevo; demoro en conseguir un taxi libre; no sé qué calles estaban cortadas; el taxi me tuvo que dejar a tres cuadras; caminé apurado hasta llegar al lugar donde comenzaría el acto procesal.
Eran las 12:15, y el presidente Días estaba explicando cómo se realizará la inspección ocular. Había personal de prefectura y de gendarmería por todas partes, rodeándonos. Yo no estaba seguro de si nos protegían o nos llevaban presos. En algunos momentos me sentía parte de una comparsa, pues los gendarmes nos rodeaban con una cinta amarilla como si estuviéramos en el corsódromo de Gualeguychú —más allá de ello, muchos de nosotros parecemos miembros de una comparsa sin demasiado esfuerzo—.




Lo mejor del acto procesal: podíamos fumar. Lo peor: el sol. Ese maldito astro que no sé a qué idiota se le ocurrió coronar. Estuvo allí para amargarnos la mañana, incesante, firme, sin descansar un minuto.







Nosotros ya habíamos estado en el lugar del hecho, antes de que comenzara el juicio. La distancia desde donde comenzaron su agresión premeditada los ferroviarios empujados por Pablo Díaz y demás miembros de la patota de la Lista Verde de Pedraza (que parecía haberse reducido considerablemente durante el juicio) pudo ser vista a escala real. Esa impresión, junto a la verificación del hecho de que el follaje de los árboles impidió a los pocos manifestantes que intentaron subir a las vías ver al grupo de ferroviarios que venían por las vías, resultan, a nuestro juicio, sumamente relevantes.


En momentos, los periodistas nos rodeaban. Por una mera casualidad, la fiscal Yevalié coincidía con esos momentos para mostrarse hablando con el tribunal y señalando hacia dónde debía tomarse imágenes. Lo que se dice comúnmente "robar cámaras".







 
Hacia la mitad de la inspeccción, se decidió que quienes quisieran subir a las vías debían anotarse en una lista. El presidente del tribunal le dijo a una empleada del tribunal:
Anotá en la lista a todos los que quieran subir...
Y agregó:
Usted va a subir Dr. Bovino, ¿no? Anotá al Dr. Bovino.
Mi "sí" llegó tarde, pero ya estaba en la lista. Y entonces sucedió lo que todos estábamos esperando: la fiscal Yevalié también quiso subir. Solo lo logró porque a lo largo de todo el sendero del terraplén se habían ubicado varios gendarmes, que se la pasaron de mano en mano hasta depositarla sobre las vías. 
Seguramente algún malvado habrá deseado que se les cayera, pero no sucedió. A continuación subimos todos los demás.







De allí caminamos hasta la Estación Irigoyen, donde me comí un choripán, bajo la mirada envidiosa de muchos de los presentes, y de allí fuimos hasta la Estación Avellaneda, sin perdernos el exquisito aroma del Riachuelo. 
Ahí terminó la inspección ocular. Transpirados, maltrechos y aún bajo el sol, algunos nos fuimos con una sola imagen de allí. Ésta:







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