9 feb 2012

UN LUGAR ESPECIAL PARA HACER LA REVISTA “NO HAY DERECHO”


EL LOFT DE LA CALLE ANCHORENA








Un par de años antes de recibirme, mientras trabajaba de gerente en una empresa y odiaba mi trabajo, me mudé a un loft en Anchorena 1775, de la ciudad de Buenos Aires. El lugar quedaba entre mi oficina y la Facultad.


El punto A es la Facultad, el B mi casa, y el C la oficina


En esa especie de “galpón” (mi  viejo dixit) vivimos muchísimas historias del final de mis años de estudiante. Allí se creo la Revista “No Hay Derecho”, cuyo primer número salió a la venta en septiembre de 1990. En ese primer número trabajamos Víctor Abramovich, Martín Abregú, Mary Beloff, Alberto Bovino, Christian Courtis, Manuel Garrido, Viviana Krsticevic, Adrián Lerer, Martín Moncayo, Dahppne Pallopolli, Ale Rua, Roberto Saba, Miguel Sama y Marcelo Sgro.

Pero antes de hablar de “No Hay Derecho”, querríamos contar otras pequeñas historias que pintan el ambiente del departamento de la calle Anchorena. Antes que nada, el loft era un lugar fiestero. ¡Quietos esos ratones! … era fiestero porque allí nos reuníamos en todo tipo de fiestas.

La primera fiesta fue para inaugurar el departamento. Había tres grupos de invitados. Mis amigos y compañeros de la Facu, mis compañeros de trabajo en la empresa, y mis amigos de Concepción del Uruguay. Fue la fiesta más concurrida, hasta hubo música en vivo con una banda cuyo nombre no recuerdo. Detalle: los tres grupos de invitados permanecieron separados toda la noche.

Esa fiesta la organicé yo. Sin embargo, lo más usual sucedía de este modo. Mientras caminaba por algún pasillo de la Facu:

—¡Hola Bovino!

—¿Qué hacés? ¿Cómo va… ?

—Esta noche nos vemos…

—¿Nos vemos… ?

—Sí, en la fiesta, en tu casa…

Y así me enteraba de que “yo” hacía una fiesta. Siempre había más colados que invitados, pero eso estuvo bien. Amplié mi círculo de amistades notablemente.





En otra oportunidad, me había llamado la producción de Pergolini para pedirme prestado el loft con el objeto de filmar algo para el programa. Estuvieron casi todo el día. Recuerdo que le había pedido a Ariel Garrido que se quedase en casa, ya que el departamento sufriría una invasión de pergolinianos.

Yo pensaba que no podría salir de la oficina en todo el día, pero finalmente me escapé temprano y me fui a casa. Cuando salía del montacargas —que daba directamente al departamento— vi muchísima gente y una serie de aparatos raros que hacían lucir a mi casa como un set de televisión.

Atravesé toda mi casa, vestido de traje y sintiéndome un bicho raro. Había un grupo de mujeres muy bonitas y muy vestidas en una de las esquinas de la casa. No miré demasiado porque yo iba a mi cuarto a cambiarme.

Antes de entrar a mi cuarto había un escalón. Distraído como siempre, levanto el pie para subir el escalón y de repente me choqué con alguien. Cuando me di cuenta, mi nariz había quedado en el medio del par de lolas de una rubia espectacular, tan alta como bonita…

—¿Y vos quién sos?

—¿Cómo quién soy? El dueño de casa…

Y ahí esperé que me dijera puteadas varias y saliera de mi cuarto, para poder entrar a cambiarme. Después me senté con Ariel en la mesa del comedor, a ver cómo filmaban. La escena era un tanto sexista, y el grupo de mujeres eran las célebres “¿How much?” de Pergolini.



Otra fiesta. Esta vez era una fiesta “culta” y tranqui, pues un conocido profesor de nuestra Facultad presentaba un libro o un nuevo número de la Revista “No Hay Derecho”, da igual.

Luego de las jurídicas presentaciones, como de costumbre, se armó fiesta. Lalo Rodríguez cantaba “Devórame otra vez”. Avanzada la noche, alguien vino y me pidió permiso para usar el teléfono. Debía llamar al CEMIC para que enviaran una ambulancia, me dijo. Le dije que sí, por supuesto, y le pregunté qué pasaba. Me respondió que una señora se sentía mal, que no sabía qué le pasaba pero que necesitaba un médico. Esta persona llamó.

Al rato me había olvidado de la emergencia médica, y andaba haciendo de anfitrión. De repente vi que entraban dos paramédicos con una camilla con rueditas. Los invitados, a esa altura de la jornada, se hallaban mucho más alegres y jocosos que de costumbre. Probablemente por esa razón los paramédicos llegaron hasta la mitad del departamento sin tener la más puta idea de qué debían hacer, pues todos los interrogados se les habían cagado de risa.

Cuando advertí, por su cara de perdidos, lo que sucedía, fui a su encuentro y les dije que me siguieran, que la persona enferma estaba reposando en mi cuarto. Obedientes, me siguieron. Entramos todos a mi cuarto, y recién ahí vi a la “enferma”, que los paramédicos se llevaron rápidamente.

No estaba nada enferma, estaba más borracha que una cuba, y me había vomitado toda la cama. Me quedé solo en mi cuarto, puteando bajito por la baranda a vómito. Me asomé a la puerta y, finalmente, vi como los paramédicos se llevaban a la borracha, seguidos por su marido, el conocido profesor.



¡Pero no todo era joda en la casa de Anchorena! Aunque Ud. no lo crea, también trabajábamos… He aquí uno de esos momentos de trabajo en el que, para variar, hice el ridículo frente a mi amiga Gabriela Alonso, contado por ella misma:


¡¡¡Por fin me tocó un protagónico!!! Me desolaba no encontrarme en alguno de tus tantos mementos fotográficos. Yo recuerdo TODO. Era una de las fabulosas fiestas en el loft de Anchorena, con una particularidad. Nosotros nos dedicamos a la pre-producción, Alberto.

Vos habías escrito un artículo sobre la práctica de la circuncisión femenina en ciertas comunidades aborígenes, y explorabas las limitaciones de la normativa penal al no desprenderse de la ortodoxia y tipificarlas como lesiones graves y gravísimas.

El día posterior a la fiesta volví a tu casa e hicimos una última o penúltima corrección del texto en sí, no del contenido -—yo era secretaria de redacción de Lecciones y Ensayos y me fascinaba la corrección de las pruebas de galera, de modo que para mí había sido una experiencia surrealista la del permiso a ingresar a la elite de “los ricos y famosos de Penal”.

Mirá qué grado de nitidez y fidelidad tiene mi recuerdo: vos leías el texto en voz alta y yo te seguía, artículo en mano, para sugerir cambios y correcciones menores. Cuando llegabas al fragmento del trabajo que describía brevemente cómo se practicaba efectivamente la circuncisión femenina ... buscaste la excusa de ir por una gaseosa y al retomar, te lo salteaste viejo!

Me costó tanto no reírme ... y hoy lo recuerdo de la misma manera, yo creo que ese día empezamos a ser verdaderamente amigos. Vale aclarar también, como lo hacés con Vivi según leí que, dado que comenzaste a estudiar Derecho a los 25 años, también yo soy considerablemente más joven.

••••••••••• Fin del relato de Gabriela •••••••••••

¿En qué estábamos? ¡Ah! En cómo comenzamos con la Revista “No Hay Derecho”. Pero ésa es otra historia…

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